Sunday, April 08, 2007

Hermanita Hermanita

Estaba tirado en el sofá y siendo sinceros, no tenía intención de levantarse. No la tenía hasta que alguien acribilló el timbre de su casa como si fuera asunto de vida o muerte… o como si sencillamente el hecho de darle más veces que nadie constituyera un record importante y el saldría a darle el premio…. En calzoncillos como estaba, no tenía ningún tipo de prisa. –Total, será alguno de estos- y sin demasiado ánimo abrió la puerta restregándose un ojo con la otra. – ¿y bien?-

Su cara se petrificó y su mirada quedó amarrada a los ojos de la visita menos esperada de todas las visitas posibles. -¿Qué haces aquí?- fue la única frase coherente que salió de los labios de él en los siguientes 40 segundos. –Despertarte, dormilón. ¿No vas a invitarme a pasar mientras te pones algo? Aunque por mi….- Una sonrisa insinuante y un descenso descarado y directo a la altura de su calzoncillo hizo que se apartara rápidamente de la puerta. –Anda entra, ¿quieres algo?-

Ella se contoneaba descaradamente en dirección al sofá y él se acercaba a la cocina en busca de un par de “zumos de malta”. Curiosa forma de pedir una cerveza la de la muchacha. Le recordaba a su hermana de una forma tan abstracta que no las lograba identificar como familia bajo ningún ángulo. –pero si somos igualitas- se burló entre dientes recordando la vez que Iris los había presentado.

Salió con los dos botellines en una mano y un pequeño plato de cacahuetes en la otra, lamentándose por no tener algo más apetitoso que ofrecer a su invitada. ¡La sorpresa que se llevó al verla en ropa interior! – ¿Qué?- tenía que reconocer que ella deslumbraba pero, no era lo que esperaba al volver a su amado sofá. -¿te molesta? He pensado que ya que te he importunado debía compensarte y ponerme a tu altura en esta situación. Pero si te molesta puedo arreglarlo. – Sonreía complacida, pues el pequeño movimiento que había notado en él, le indicaba claramente que pese a la sorpresa, le había gustado.

No lo dudó ni un solo segundo. Dejó el “zumo de malta” y la tapa de rigor en la mesa, se sentó junto a ella rozándole la piel y pasándole una mano por el tirante del sujetador le dijo suavemente. –Me molesta, arréglalo- Ella le mostró una sonrisa entre divertida y orgullosa por lograr su objetivo sin la más mínima resistencia. – ¿Así? – dijo coqueta mientras con una mano desabrochaba el sujetador y con la otra le obligaba a acercar su cara a sus pechos.

La respuesta fue un pequeño beso en sus senos, seguido de otro y otro y otro más, hasta transformarse en lujuriosos lametones y pequeños mordiscos que pronto se vieron acompañados de un suave manoseo de todo lo que era manoseable.

Ella estaba muy satisfecha con su triunfo, tenia a su cuñado comiendo en sus manos, mejor dicho, en sus pechos. Sentía una excitación creciente a cada segundo que pasaba por los lujuriosos labios de él y porqué, en su imaginación ya había empezado a follárselo. – Apuesto a que eso sabes hacerlo en otros sitios- Le susurró sugerente mientras ella le acariciaba la cabeza y jugueteaba distraída con los rizados mechones de la cabeza que iniciaba un descenso hacia su sexo.

Saraph sabía de sobras qué era lo que su pareja de sofá le estaba pidiendo, aunque no tenía intención alguna de complacerla. No cuando ella quisiera, de momento.

Le dejó un par de besos en las ingles y pasó su lengua por encima del tanga que había sido preparado claramente para la ocasión, pues desprendía un aroma dulzón muy agradable. Un estremecimiento de las caderas de ella le indicó que su cuñadita se estaba calentando a velocidades de vértigo. Continuó bajando por las piernas perfectamente depiladas y bien moldeadas de la emisora de aquella especie de sonido de incredulidad mezclada con la dejadez del que se deja hacer.

Jugueteó un rato a mordisquearle algún dedo del pie mientras le miraba directamente a los ojos. El tenía un brillo en su mirada que ella jamás había visto en su “apacible cuñadito” pero no diría nada al respecto, no. – Eres un torturador – gimoteó, con la esperanza de que el se apiadara de su excitada cuñada y le diera un poco de lo que le pedía.

Dicho y hecho. El tanga desapareció de su posición rápidamente para ser sustituido por una lengua frenética de oscuras intenciones. Un suspiro de aliviado placer fue la respuesta más inmediata seguida de una redoblada intensidad en las caricias que ella le hacía en la cabeza… pues no tenia nada más a mano.

La respiración de ella se aceleró cuando un dedo le hurgó por dentro con suavidad, para luego ser acompañado de otro en las incursiones al sexo de ella.

Jadeos entrecortados, lametones salvajes y el ritmo constante al que le estaba sometiendo su cuñado acabaron haciéndola gritar en un orgasmo recibido de una forma un tanto inesperada. No creía que su cuñadito hiciera algo más que meter la minga sin miramientos. Era una agradable sorpresa aquella.

Aquello le había dado un nuevo enfoque al asunto. El simple morbo por tirarse a su cuñado daba paso a un interés lujurioso sobre él. ¿Cómo es que su hermana no le había contado aquello? Quería más y AHORA así que no le dio mucho tiempo.

Lo agarró de las orejas obligándole a subir su cara a su altura. Aun con las piernas separadas y él entre ellas lo besó acaloradamente, mientras un roce con el sexo de él, duro, pero debajo de su desajustado calzoncillo la llené de curiosidad.

Ven aquí – susurró al mismo tiempo que lo tironeaba de aquel molesto trozo de tela.

Con la suavidad de alguien que tiene mucha prisa, le despojó de aquello que le molestaba y agarró a su cuñado por la parte que ahora mismo más le interesaba.

Su mano estaba fría, pero rápidamente el contraste con su cálida boca hizo que descartara toda oposición a la toma de posesión que acababa de ejercer su cuñada.

A diferencia de él, ella no estaba pensando en regalarle nada a su compañero de juegos en el sofá así que no prolongó en exceso aquella situación. Sacó el pene de su boca con un escandaloso sonido seco. Lo lamió desde la base mientras le clavaba los ojos para disfrutar del gesto que le quedaría a él y lo obligó a extenderse cuan largo era en el sofá.

Una vez tumbado y sometido a su voluntad, no pudo hacer nada (ni se lo había planteado) mientras su cuñada se auto-penetraba con un gemido lascivo y exageradamente interpretado, aunque tan bien hecho que incluso sabiendo que no era real, le excitó aun más (si esa posibilidad, realmente existía).

Cabalgando como una valkiria enloquecida, ella saltaba sobre el todo lo rápido que podía. Sin contemplaciones ni miramientos. Lo tenía cogido por el cuello y con los ojos clavados en los suyos. Su respiración se aceleraba por momentos y notaba como su cuñado empezaba a perder los estribos por estar debajo y sometido a la voluntad de ella. Pero así es como debía ser.

Ella parecía entusiasmada utilizándolo como su juguete sexual. En cierto modo le gustaba. Y no negaría que aquello, le estaba gustando. Los pechos de ella saltaban descontrolados delante de su cara mientras sus sexos golpeaban una y otra vez en aquel descontrolado baile.

Haciendo acopio de voluntad y sabiendo que si la dejaba hacer acabaría corriéndose como un niño ante aquel ímpetu, se obligó a levantarse con ella agarrada de las nalgas y la empotró de espaldas contra el sofá. – Me toca, jovencita. – dijo mientras se aseguraba de encarar bien y hacer puntería.

Ella sonrió, decidida a retomar la iniciativa aunque fuera en situación de desventaja. – Por ahí no- se limitó a decir mientras lo agarraba del pene y lo obligaba a cambiar de dirección.

Le sorprendió, con la hermana le había costado horrores llegar a aquella situación, pero al parecer, había más diferencias entre ellas. –Será un placer- Añadió con una risita socarrona mientras comenzaba la delicada operación. No pretendía hacerle daño pero la fuerza con la que ella tiró de él, le obligó a penetrarla de una vez y sin pausas. Ella lo miró sonriente al tiempo que desplazaba una mano para acariciarse el clítoris mientras él cumplía su función de bombeador.

Fue realmente sorprendente y apenas necesito un par de minutos para que su compañera de viaje se corriera escandalosamente mientras el seguía metido en ella sintiendo como suyos los espasmos de aquel orgasmo.

Más sorprendente fue, cuando sin que el llegará a ver venir nada, ella se lo sacó de encima y empezó a recoger la ropa. - ¿qué? – fueron las únicas palabras que acertó a decir. Con una erección digna de una pastilla de las azules, un recalentón descomunal y el corazón acelerado se quedó mirándola como lo haría un reo a su verdugo.

No esperarás que porque tu no has terminado tenga que quedarme a solucionar tu problema ¿verdad? Además, ¿que vas a hacer? ¿Decírselo a mi hermanita?